lunes, 21 de julio de 2008

Cinco hermanos... de nuevo



Confieso que soy un adicto a las series.
No es ningún secreto que, al apenas tener vida social en Cáceres, me pasaba las noches de entre semana y las noches de los findes de serie en serie, siempre americana. Podría pasarme varios párrafos enumerando los buenos ratos que he pasado viendo Buffy cuando no llegaba a los veinte, Anatomía de Grey cuando me acercaba a los veinticinco, y Friends siempre que tenía un buen rato.

Vale. Justo sería decir que hubo alguna serie de capital español (o hispano) que me sedujo alguna temporada, como cuando Aquí no hay quien viva captó la atención de millones y millones de personas que no tenían mejor cosa que hacer que ver a Loles León (¿Loles? ¿Dónde te has metido?) espetando a Juan Costa (presidente de la Comunidad) los dimes y diretes propios de alguien que quiere subir en la escala social sea como sea...

Pero aquí vengo hoy a hablar (o a hablarme a mí mismo) de Cinco Hermanos (Brothers & Sisters). Hace tiempo se publicó en El Mundo (versión digital) un artículo escrito por mí en aquellas horas de ocio que pasaba delante de un ordenador en una redacción de una revista de historia al no tener nada que ver. ¿Qué añadir a ello?

Cinco Hermanos es una serie que, siguiendo la estela que desde Hollywood se implantó hace unos años, no tiene un protagonista único: son los cinco hermanos, más la madre, más la nueva hermana, más el senador que se presenta a la presidencia, más el tío, más las parejas, más... Cinco Hermanos (por una vez me gusta la versión española del nombre de la serie más que la original) es una serie coral que, como si fuera una clave de una bóveda medieval, tiene una parte central (la madre, Sally Field, simplemente soberbia) de la que parten los nervios (los hijos)... y a partir de ahí se va construyendo esa catedral particular. Y digo bien, catedral. La serie es inmensa, gigantesca, dialogesca... es como una gran obra de teatro en la que las capas superficiales (las relaciones familiares de una (a)típica familia norteamericana) dejan paso a temas que son difíciles de encontrar por separado en muchas series (Guerra de Irak, homosexualidad, infidelidades perdonadas), con lo que el valor que tiene al verlos juntos en una es infinitamente superior.

Reconozco que Calista Flockhart alcanzó su cima en Ally McBeal, que aún recuerdo cómo Balthazar Getty se liaba con Mia Maestro en Alias o que Rachel Griffiths ha pasado de ser una absoluta ninfómana en A dos metros bajo tierra a una madre (casi) ejemplar aquí. Sin embargo, no dejo de disfrutar por ello. Es una serie espléndida en la que te sumerjes en los personajes y vas disfrutando poco a poco de cada uno de ellos. Y hablando de sumergirme... me voy a la ducha que no soporto los 40º con los que tengo que vivir en mi casa...

Otro día, otra canción...

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